Una artista de una exquisita sensibilidad dialoga con el repertorio de una cantautora que marcó el imaginario sonoro de una generación como parte de un ciclo dedicado a las voces femeninas en la Sala BARTS.
La conocerás, según la edad que tengas, con el nombre de Cecilia, aunque la bautizaron como Evangelina Sobredo Galanes. Era hija de un militar muy bien relacionado con el régimen franquista, lo que no impidió que algunas de sus composiciones fueran vetadas por la censura. Y es que ella le cantaba a la vida consciente y evitaba emplear la música para propagar una ideología concreta, aunque el velo de inocencia que cubría sus canciones apenas ocultara posiciones claramente feministas y reivindicaciones evidentes de libertad y justicia social.
Quizás Dama, dama, Soldadito de plomo o Mi querida España parezcan inofensivas, pero no lo eran tanto en el contexto político y social en el que se escucharon por vez primera. Fallecida en 1976 en un accidente automovilístico, cuando tenía 27 años, fue reivindicada en los noventa como una de las voces destacadas de la España de los años setenta, lo que explica que sus canciones nunca hayan dejado de sonar.
Ahora, Lídia Pujol, una artista polifacética que siempre está dispuesta a activar y compartir el pensamiento crítico y los aspectos espirituales de la vida, como hizo en el proyecto Iter Luminis, que ha transitado por la poesía y el teatro de la mano de Sergi Belbel, de Santiago Auserón, de Lluís Danès, de Mayte Martín, de Albert Pla, de Sílvia Comes o de Lluís Llach, por mencionar algunos de los artistas con quienes ha colaborado, dialoga con la persona a través de la obra de la cantautora madrileña.
La intérprete barcelonesa despoja las canciones de Cecilia de los arreglos originales de la época y pone el foco en las letras. Son temas que invitan a cuestionarlo todo, empezando por uno mismo y su entorno más inmediato, a dejar de escuchar el ruido del mundo y a preguntarnos quiénes somos, qué pensamos y cuál es realmente nuestro deseo más profundo. Lídia Pujol vuelve a hacernos las preguntas que nos plantea la voz de Cecilia, que, como dice la pensadora Marina Garcés, siempre dejan algo por responder y, por eso, pueden ser retomadas, pensadas, escuchadas y cantadas. Por eso no hay anacronismo posible.
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